miércoles, 18 de marzo de 2009

La celulitis está en la cabeza


Por: Adriana Balaguer - Pozos, pocitos. Si están en la mejilla, inspiran piropos y les dicen "hoyuelos". Si se ubican en las caderas, la cola, las piernas, nos pueden llevar a elegir la montaña en vez del mar, con tal de no tener que ponernos bikini en las vacaciones. ¿Por qué las mujeres combatimos obsesivas la celulitis? ¿Qué nos hace pensar que podemos ser la excepción si 9 de cada 10 de nosotras la padecemos? ¿Quién convirtió algo tan masivo en nocivo, en digno de ser eliminado, en una enfermedad? Andrea P. vivía obsesionada por su celulitis desde los 15 años. Había probado de todo: mesoterapia, drenaje linfático, cremas reductoras y reafirmantes, inyecciones localizadas…Y nada, su cuerpo la lucía estoico más allá de las estaciones y los kilos. No importaba si llegaba al verano flaca o gordita, la celulitis estaba ahí, a tiro de la crítica de las mujeres, que para compararla con la propia, siempre le echaban una mirada fulminante cuando la sacaba a pasear por la playa. Un día, harta de buscar soluciones mágicas, de echarle la culpa a los tratamientos, se anotó en un gimnasio. Si iba a tener celulitis el resto de su vida, pensó, por lo menos iba a lucirla con abdomen y brazos tonificados. Pero para su sorpresa, tras horas de bicicleta, escalador y cinta, el cambio llegó. No había pagado la segunda cuota del club cuando uno de los entrenadores (el más atractivo según sus amigas) la invitó a salir. Imposible que no hubiera registrado sus benditos pocitos. Imposible que no hubiera notado su flacidez. Y sin embargo, ahí estaban, combinando día y hora para la cita. ¿Qué había cambiado? Si su cuerpo seguía igual ¿Habría sido la actitud? Desde entonces, la celulitis dejó de estar en la cabeza de Andrea, que empezó a llevarla en sus redondeadas caderas como si fuera un accesorio personal, un distintivo amable y acogedor.

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